miércoles, julio 05, 2006

El caracol de playa

Caminando por la playa de Caracas, Carito encontró un caracol amarillo enterrado en la arena. Seguro que el mar lo dejó ahí en una de sus idas y vueltas. El mar suele hacer estas cosas, se lleva algo y lo guarda en algún lugar pero nunca sabe donde. Después de que se cansa de pensar dónde lo había llevado lo deja en alguna playa cualquiera. Carito se acordó de lo que dicen de los caracoles de mar. Al acercar la oreja uno puede escuchar el ruido de las olas, como si el mar estuviera encerrado ahí. Cuando acercó su oído se quedó un largo rato con los ojos cerrados. Ya se estaba haciendo muy tarde, corrió a su casa y cuando llegó sus padres la retaron. Estaban muy preocupados por la hora que era y ella que no llegaba. Carito les contó lo maravilloso que era el caracol pero ellos estaban tan molestos que no lo quisieron escuchar. Cuando se fue a dormir Carito acercó su oreja nuevamente y se quedó otro largo rato. Su mamá se asomó y le aconsejó que durmiera. Guardó cuidadosamente el caracol bajo su almohada.
Todos los días lo sacaba y se quedaba escuchando un largo rato antes de dormir.
Sus hermanos y sus amigos decían que lo que se oía era algo que parecía ser el ruido del mar, pero no era el mar. Ni siquiera el mar más pequeño entraría en un caracol. Pero lo que Carito escuchaba en el caracol de mar no era el ruido de las olas. Escuchaba una voz que le contaba historias fantásticas y divertidas, y parece que nadie más que ella las sabía escuchar.

El Mono Beatle

El Mono Bealte cantaba y cantaba, subido en la rama del árbol más alto de la selva. Pegaba unos alaridos agudos cantando su canción preferida:
- ¡She loves you, yeah, yeah, yeah!
Usaba una ropa con colores más chillones que los de un papagayo, el pelo largo hasta los ojos, y al cantar se movía para todos lados como un flan. Cuando las monitas lo escuchaban, lo miraban enamoradas y aplaudían con cada canción. Todas decían que no había mono más mono que el Mono Bealte.
Pero no todos lo querían por igual, el gorila Monotón vivía en las montañas más altas y andaba siempre a los monotazos y gruñía cada vez que Mono Bealte cantaba,
Decía que le iba a romper todos sus instrumentos de dos monotazos, pero el mono no le prestaba atención. Además, tenía una gran habilidad para fabricarse sus propios instrumentos. Con una hoja de palmera hacía de guitarra, con una caña hueca tocaba el clarinete; con dos cocos, las maracas y como si eso fuera poco podía tocar la flauta con una banana.
Por él quería una guitarra de verdad, las hojas de palmera no sonaban ni tenían cuerdas.
- ¡Si tuviera una guitarra, grabaría un disco y sería más famoso que Papá Noel!- le decía a sus amigos.
- ¡Y te pagarían con bananas de oro!- dijo la Lora Perereta.
- ¡Y tendría montones de palmeras donde vivir!-agregó el elefante Enzo.
- ¡Y actuarías en películas! -concluía la Mona Roberta.
Por eso el mono le escribió una carta a sus admiradores que decía:
“Hasta pronto, no me extrañen. Voy en busca de una guitarra verdadera y volveré muy pronto para cantarles. Clavó la carta en el tronco de su palmera y partió, aunque no sabía si existía una guitarra en algún lugar de la selva.
La buscó durante días y noches, entre las plantas, entre la flores, bajo las piedras y detrás de las cascadas. Cuando casi no creía encontrarla se topó con el consultorio de la Lechuza Maga. Vivía sola en un tronco hueco y ansiosa por ayudarlo consultó con su bola de cristal. Dijo las palabras mágicas:
- Rabonarraba minusigarra! dónde hay una guitarra? . Mientras hacía girar sus ojos redondos le dijo:
- Para encontrar una guitarra debes caminar 3 kilómetros hacia el norte, cruzar tres arroyos donde viven los sapos. Deberás tener cuidado cuando atravieses la jungla de los mosquitos, cuando logres cruzarla encontrarás tu guitarra. Genial! con dato tan preciso, el Mono Beatle siguió cuidadosamente las instrucciones y efectivamente encontró la guitarra en una carpa abandonada. Se sintió tan feliz que no se aguantaba las ganas de volver. Regresó por el mismo camino agotado, por suerte el elefante Enzo lo subió en su lomo durante la ultima parte del extenso camino.
Cuando finalmente se reunió con sus amigos y quería cantar su canción predilecta la guitarra no sonaba. Todos sorprendidos lo querían ayudar, la guitarra pasaba de pata en pata pero nadie podía hacerla sonar. Sólo cuando la luciérnaga revoloteaba entre las cuerdas la guitarra mágicamente sonaba. Que misterio! Que tenía la luciérnaga que los otros no? Fue entonces que se les encendió la lamparita y dijeron:
-¡Tiene luz!- dijeron todos a coro. Inmediatamente llamaron a todas las luciérnagas y bichitos de luz para que volaran alrededor del mono Bealte mientras tocaba y cantaba con su guitarra.
Todo volvía a ser una fiesta, el Mono Bealte tocaba, cantaba, bailaba y haciendo monerías su público crecía. Venias de selva en selva para escucharlo, la mona Roberta cantaba con él a coro. Su fama crecía y hasta firmaba autógrafos, sin sospechar que Monotón y sus secuaces tramaban algo.
En las montanas mas altas se reunieron para pensar un plan. No podían robarle la guitarra porque todos iban a sospechar de él, así que tuvo otra idea mejor.
- ¡Llamemos a todos los pájaros de la selva!
Sus secuaces corrieron para reunir a todas la aves, grandes y pequeñas. Cuando todos llegaron Monotón les dijo:
- ¡Hasta ahora ustedes habían alegrado la selva con sus gorgojeos y sus trinos. Pero desde que apareció ese mono flequilludo nadie canta más que él!
Se escucharon chillidos, aleteos y plumeteos. Los pájaros comentaban lo que les dijo el gorila Monotón, y hasta algunos le daban la razón.
- ¡Qué podemos hacer entonces?- finalmente preguntó uno.
- ¡Sacar volando a todas las luciérnagas y bichos de luz, mis plumíferos amigos! Sólo ustedes pueden hacerlo! La guitarra del mono Bealte no sonará sin luz!
Casi todos los pájaros estaba de acuerdo con la idea y salieron volando para cumplirla, menos la lorita Perereta, que se fue volando par otro lado.
Esa misma noche se había reunido más público que nunca para escuchar al mono Bealte. Cuando se subió a su palmera vio que no había ni una sola luciérnaga.
- ¿Qué pasa? -dijo sorprendido-. Sin ellos no podré tocar la guitarra!
Estaba desesperado cuando oyó que su amiga la lorita Perereta le dijo:
-No te preocupes ya llegan en camino las luciérnagas! Así fue que comenzaron a llegar grandes bandadas listas para hacer sonar la guitarra.
Resulta que la Lechuza Maga se enteró de todo mirando su bola de cristal, y junto con la lorita Perereta, muy enojadas le dijeron a los pájaros:
- ¿No les da vergüenza lo que hicieron? El mono Bealte es amigo de todos, es feliz y divierte a todos con sus canciones alegres! En cambio Monotón es un envidioso y no quiere a nadie, por eso los usó para cumplir su plan maléfico!
Los pájaros bajaron el pico y volaron en busca de las luciérnagas y bichos de luz.
Cuando llegaron, junto con el mono Bealte, dieron el mejor espectáculo jamás visto, los aplausos resonaban en toda la selva. Sólo los pájaros más grandes no pudieron aplaudirlo. Estaban volando muy alto llevándose a Monotón y sus secuaces entre las garras. El león, rey de la selva, había decidido que volaran a tierras lejanas.
En la selva la música sonaba y todos bailaban de contentos. Así fue que se formó una orquesta con varios animales que acompañaban las canciones del mono Bealte.

El burro Metepata

El sol salía despacito y sin hacer ruido cuando se dio un gran susto con el canto del Gallo Kiriko:
- Kikirikiiii... Hoy juega el burro Metepata!
Como tenían que oírlo en los campos vecinos, de lago a lago, de toro a vaca y de chancho a chancha, volvió a cantar más fuerte:
Hoy juega Metepataaaa! No se pierdan sus goles!
Por semejante alarido, hasta el mismo burro se despertó asustado y empezó a rebuznar. Todos los animales creyeron que ya había empezado a jugar y corrieron hasta el zapallar de Catalino. Corría el conejo Peto con sus diez conejitos. También corría la avestruz Gertrudis jugando carreras con el caballo Germán y su potrillo Gerardo, que llevaba en su cuello a la familia del escarabajo Cacho.
La hinchada cantaba:
-Me-te-pata! Me-te-pata!
El burro desplegaba toda su habilidad haciendo tacos, rabonas y gambetas. Tenía puesta la remera del espantapájaros que ya no espantaba ni las moscas. Elegía los zapallos más redondos para patear, los más parecidos a una pelota.
El burro entrenaba todas las mañanas acompañado por los cánticos de su hinchada, que cada vez era más numerosa.
Pateaba con las cuatro patas de costado de atrás o como le viniera mejor. El entrenamiento hubiese sido ideal si no le hubiera roto la casa a los castores del lago de al lado. Meta zapallazos había destruido sus cabañas. El burro Metepata lo había hecho sin querer, pero los castores enojadísimos no escuchaban sus disculpas. Por eso tuvo que salir corriendo y huyó junto con el resto de los animales.
Que metida de pata Metepata! El burro anduvo desanimado unos días hasta que vio una pila enorme de sandías. El granjero tenía que subirlas a su camioneta. El burro lo miró sonriente y le dijo:
-Quiere que le ayude a cargar las sandías?
-Claro que si! Pero cómo podrías hacer eso? -preguntó el granjero subido a su camioneta.
El burro tomó carrera retrocediendo unos pasos, miró fijo la primer sandía y de un trote cortito la pateó directo a las manos del granjero. El burro Metesandías cargó el camión entero en dos patadas.
Pero él realmente quería ser jugador de fútbol de verdad y no un burro Metesandías!
A los pocos días se enteró de que había llegado un circo al pueblo. Había un gran cartel con enormes letras rojas que anunciaba: "Gran partido de fútbol en la pista. Juegan las Cebras Chuecas".
El burro entró y vio como las cebras corrían la pelota de un lado a otro. De repente, la pelota cayó a sus pies. Inspiradísimo tomó carrera y paff! pegó una patada impresionante. Hubiese sido sensacional si no fuera porque la pelota pegó en un palo del arco, rebotó y tumbó al equilibrista que caminaba por una cuerda sosteniendo setenta y siete platos, veintitrés vasos, doce globos y un paraguas,
Qué metida de pata Metepata! Mientras los platos y los vasos se rompieron, lo globos se volaron y el paraguas se enganchó en la tela de la carpa y todo se vino abajo.
El dueño del circo estaba furioso:
- Echen a es burro Metelíos! -dijo enojadísimo.
Pobre burro, no pegaba una bien! Tuvo que marcharse con la cabeza baja mientras sus amigos que lo acompañaban.
En eso fue que el potrillo Gerardo le dice:
-Por que no formamos un equipo y desafiamos a las Cebras Chuecas?
A todos les pareció una gran idean y esa misma tarde quedó formado el equipo.
Al día siguiente, en medio de la función del circo unos pajarracos comenzaron a reír:
-Jajaja, jajá! Jijiji, jijí! Las Cebras Chuecas nos hacen reír. Jajaja, jajá! Jojojo, jojó! Nuestro equipo es mucho mejor!
-Muy bien! -dijeron las cebras- aceptamos desafiarlos con una sola condición. Puede jugar cualquiera menos el burro.
Los animales preocupados no sabían que hacer, sin el burro Metegoles no podrían vencer.
-No se preocupen -dijo el caballo Germán- tengo un plan que no puede fallar!
Finalmente llegó el momento del gran partido. Las Cebras Chuecas avanzaron rápidamente y llegaron cerca del arco. Viendo el peligro el chancho Pancho se tiró a las patas de la cebra. Tropezó con la avestruz Gertrudis y casi los aplasta el potrillo Gerardo.
Uno a uno fueron cayendo encima del otro, formando una montaña, mientras las Cebras Chuecas marcaron el primer gol.
Habían discusiones y tropiezos, las cebras aprovechaban para hacer más goles. Fue un desastre total. El primer tiempo terminó 7 a cero.
Los animales estaban desesperados, es que no tenían idea que hacía el caballo Germán con la pintura y los pinceles que llevó. Con ayuda de las ardillas, estaban terminando de pintarle rayas negras al burro. ¡Parecía una cebra! En el segundo tiempo iba a entrar en lugar de la avestruz Gertrudis.
No bien comenzó el partido, el burro bien pintado, se mezcló con las cebras armando una confusión tremenda. La primer pelota que pateó cruzó toda la cancha y fue directo al arco haciendo un golazo!
Todo el pueblo comenzó a gritar:
-Dale Metegoles! Dale Metegoles!
El burro enloquecido de felicidad no paraba de patear y hacer goles y más goles. El equipo consiguió empatar, pero faltaba un gol para ganar. Quedaban muy pocos minutos de juego, las Cebras Chuecas todas se pusieron delante de su arco, no había sin dejar un lugar. Metegoles les habló al oído a sus compañeros, y todos juntos avanzaron corriendo, atropellando a las cebras, que huyeron dejando el arco libre. El burro pateó despacito y el público gritó:
- Gooooooooool!
Era el gol del triunfo y el dueño del circo dijo:
- Contrato a esa cebra para que jugar en el equipo de las Cebras Chuecas!
Metegoles se sintió muy contento, iba a jugar, viajar y recorrer el mundo con el circo.
Pero él no quería meter la pata otra vez, por eso le confesó que sus rayas de cebras estaban pintadas. El dueño del circo lo perdonó y al poco tiempo el burro Metegoles se convirtió en la estrella del equipo de las Cebras Chuecas, y antes de cada partido lo pintaban con rayas negras.